lunes, 10 de diciembre de 2012

Carta Blanca: Javi Skan

Javi Skan (Javier Martínez) es estudiante de Periodismo en la UMA y director de La Taberna Global
Escribir sobre literatura sin tener demasiada idea es un reto para mí. Me presento. Mi nombre es Javier Martínez, estudio Periodismo y ahora mismo me encuentro en una pequeña ciudad de los Países Bajos, de Erasmus, luchando por tener algo que contarle mínimamente interesante a mis nietos. Mi mayor mérito es ser el director de un portal web universitario, La Taberna Global, que no lee mucha gente pero con el que me río a veces demasiado. A pesar de mis limitaciones, los amplios temas en los que soy un ignorante, a pesar de ser un aprendiz de todo con unos 20 años tan infravalorados por algunos pretenciosos, puedo decir que estoy donde quiero estar, que hago lo que quiero hacer y que soy, al menos, una parte de quien quiero ser. La literatura, lo confieso, tiene parte de culpa.

Al contrario que el amigo Frías, de pequeño devoraba todo tipo de obras. La saga Harry Potter marcó un antes y un después. Empecé poco después de superar la docena de años y aún hoy releo algunos pasajes de la obra de Rowling, fascinado por un universo paralelo donde las leyendas de la cultura occidental y británica se mezclan con la realidad y la ficción de un modo completo y sin fisuras. Algunos culturetas desdeñan la capacidad de algunos best-sellers de mover a las masas. Pero para convertir palabras, simples palabras, en herramientas capaces de actuar en el imaginario colectivo de una generación, hay que ser un jodido virtuoso. Hay quienes pretenden convertir la literatura en una simple cuestión de estilo. Pero no sólo las metáforas conmueven, emocionan, inspiran y promueven el acto creativo. Ni mucho menos.

Además de deambular por callejones Diagones y viajar por la red de chimeneas, mi infancia y mi adolescencia estuvieron influenciadas por otras obras de fácil asimilación pero no de menos mérito. Recuerdo la colección “Barco de vapor” (¿quién no?), mis primeros libros poco después de aprender a leer gracias a los cartones de zumo de melocotón. Las grandes sagas adolescentes siempre han sido fijas en mi estantería, tan adictivas como simples. Memorias de Idhún, un chavalito llamado Eragon del que no supe más tras el segundo tomo, las infancias traumáticas de Molly Moon y Peggy Sue... y reconozco haber leído Crepúsculo hasta el final. Destaco la saga “La llave del tiempo”, de autores españoles, que además de utilizar las típicas técnicas para generar interés en el lector púber insinuaba un panorama futuro muy complejo y elaborado, donde las grandes empresas habían sustituido a los países y el libro impreso estaba prohibido.

Poco a poco empezó a aburrirme la literatura como simple transmisora de cuentos y comencé a fijarme en la literatura como arte. Mi bachillerato de letras y mi fantástica profesora de Lengua despertó una pasión que siempre he llevado conmigo. El poder semántico de algunos iluminados para crear belleza con un bolígrafo y el sistema de normas que llamamos lenguaje fue lo que me llamó con 15 años. Desde que me pidieron una redacción en la que describiera “cuál es mi animal favorito” y describiera hasta el más mínimo detalle de la selva subtropical de la India donde el tigre de Bengala acechaba a sus presas. La prosa poética y sus posibilidades ha sido siempre el terreno donde más me he sentido a gusto, tanto a la hora de crear como a la hora de leer. Recuerdo muy vívidas columnas de los genios progres de El País como Jay Loriga, Marías o mi querida Elvira Lindo. Recuerdo pasajes de Cortázar, de Unamuno, de aquel monólogo maravilloso de Delibes. Aprendí que la ideología era mutable y difusa cuando admiré la habilidad de Arcadi Espada con la pluma aunque detestara sus valores, en ese género literario por el que siempre he sentido predilección: la columna de opinión.

Sólo me vienen frases incompletas a la cabeza cuando intento describir el proceso por el cual sentimos un nudo en la garganta cuando nos hallamos ante literatura de verdad. Me niego a llamarlo “magia”, porque la magia es un comodín para describir lo que no se conoce y yo no quiero comodines, quiero darme de bruces con la realidad. Aún sigo en la búsqueda de la razón final, de la causa y la consecuencia de esa especie de homo sapiens evolucionado en el que nos convertimos al enfrentarnos con el arte, sin paliativos. Quizá sea esa manera de manejar el ritmo y la fonética para que se adecúe a lo que a nuestro oído le resulta armónico. Quizá esa búsqueda del sentido de la vida que cada autor emprende a su manera delante del papel. Quizá la fantástica habilidad para describir sensaciones e ideas imposibles de explicar mediante lo prosaico. Es, al fin y al cabo, un paso más: una profundización en lo que nos hace superiores como raza, un desesperado intento por trascender. Mientras lo entiendo, sigo leyendo y sigo escribiendo. No queda otra, supongo.

En los últimos meses he desarrollado un vínculo especial por la poesía. El verso como unidad comunicativa me fascina. Y gracias a Internet y la blogosfera he podido descubrir a auténticas bestias, que dan la vuelta a lo cotidiano para estremecerme. Sin olvidar a los grandes autores. Últimamente Bukowski despierta en mí un interés por lo sucio, por cómo hasta la más degradante de las miserias merece un poco la pena. Pero si bien la poesía es en su mayor parte estilo, simple y puro afán de hacerlo bonito, la prosa poética es transmisora de cultura en su sentido amplio. Valores, ideas, historias de todo tipo, sentimientos, emociones, recursos, van volando de una página a otra, construyendo lo que nos define como sociedad. Porque quién no ha cambiado aunque sólo sea un poco su manera de pensar leyendo a Nietzsche, ha querido ser un aristócrata del XIX con las palabras de Lord Henry en El retrato de Dorian Gray o ser un antisistema hasta el final influenciado por el tosco trazo de Saramago. Un amplio abanico de caminos hacia la belleza que llamamos cultura, y del que nadie debería prescindir si quiere ser alguien.

Pues sí. La literatura es quién soy, no hay más. Mis creencias, mis valores y mi forma de actuar es una consecuencia lógica de todos los textos que me he tragado hasta el día de hoy. Creo que le debo más de una a esa zorra, mal que me pese. En esta aventura que llamamos vivir, quiero seguir creciendo, transformando y reinventándome, y lo único imprescindible que quiero para acompañarme son mujeres, algo de droga, una cuenta premium de Spotify y una lista interminable de libros por leer en la que siempre figure Manolito Gafotas.

Escrito por @JaviSkan

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