sábado, 15 de diciembre de 2012

El principio del amor (II)


Al igual que muchos chicos y chicas de mi edad, descubrir Harry Potter fue como descubrir un mundo nuevo de aventuras e imaginación. J.K. Rowling abrió los ojos a miles de millones de personas ansiosas de conocer. Un ajedrez a tamaño real, un animal mitológico mitad águila, mitad caballo o la posibilidad de que la cámara de los secretos fuera abierta suponían la aparición de una expectación y una curiosidad que solo podía apaciguar la compra y lectura del siguiente libro. Por lo que ahí iba yo, a la búsqueda del cuarto volumen.


Mi padre y mi madre me acompañaban ese día, la verdad es que estaban ilusionados ya que era la primera vez que no eran ellos los que me obligaban a leer.  Me llevaron a una librería del centro de Málaga. La fachada era de madera con dos enormes cristales, cada uno a un lado de la puerta, a través de los cuales se podía ver lo que me esperaba dentro.


Al traspasar la entrada mis ojos volaron de objeto en objeto, fascinada por todo lo que ese establecimiento contenía. Lo primero que vi, que fue lo que más me gustó, fueron la cantidad de globos terráqueos que colgaban de techo, unos más grandes, otros más pequeños, unos con ese tono amarillento que le da a las cosas el paso del tiempo y otros recién colocados. Cada uno tan diferente del otro pero todos, a la vez, iluminados por una luz que ocupaba sus interiores. Era un universo pequeñito que se ocultaba dentro de esa tienda. Los globos se organizaban por grupos y cada grupo correspondía a un género literario.


Corrí hacia el grupo de globos que sobrevolaban la fantasía y allí, encontré lo que andaba buscando. Una vez ya controlado el libro que quería, me dejé llevar por las tapas de las  portadas de los libros, sus colores y sus títulos, y descubrí que no solo existía la magia de las varitas de los magos sino también chicas con superpoderes, vampiros o ángeles de otros mundos que me quedaban por explorar.


Hoy en día, cada vez que de nuevo entro en esa tienda de madera y grandes cristales, me vuelvo a sumergir en ese universo de luces y vuelvo a buscar nuevos prodigios que me abran los ojos una y otra vez.
Escrito por Lisbeth Salander


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